Rex aulla. Y su aullido me hace pensar en sus orígenes de lobo. Es un aullido que sale desde su alma (si los humanos la tenemos, estoy seguro que ellos también), y suena al Officium defunctorum de Tomás Luis de Victoria. Es un sonido místico que sobrecoge, que me hace entender el sentido sagrado que los perros tenían para civilizaciones tan adelantadas para sus épocas como la azteca o la egipcia, donde guiaban a sus amos en su peregrinar hacia su nueva vida. Seguramente, los perros saben más de lo que nos espera en el más allá. Desde luego más que nosotros, que hemos perdido la conexión cósmica que nuestros antecesores tuvieron. Me imagino una experiencia fuera del espacio y del tiempo, reencontrándome con mi perra dálmata y que junto con Rex pudiéramos pasear y jugar en un planeta desconocido, como un David Bowman perruno. Pero el transbordador Endeavour ha afrontado su última misión, y cada vez estamos más lejos de encontrar al monolito.
Memento homo, quia pulvis es, et in pulverem revertis.