Mi habitación está en un extremo del pasillo. El comedor, donde tu duermes, está justo en el otro extremo. Las puertas están abiertas. Me gusta mirarte desde mi cama, mientras disfruto del adormecimiento de la noche tras la batalla diaria. Siento tu protección insobornable. Tu fidelidad. La tranquilidad y el descanso. Un buen sueño quizá.
Me gusta la disciplina. Tu lo sabes. Cada uno en su sitio y las caricias dosificadas. Aquí no se sube. Aquí no se ladra. Sit, platz y stay ó como se escriban y pocas palabras. Las necesarias.
Pero con el nuevo día, por un instante se rompen las normas y te lanzas en vertiginosa carrera desde el comedor y cual atleta en salto de longitud te avalanzas sobre mi cama, cayendo por lo general a mi lado. Es el ritual del despertar. El dar gracias por tener otro dia para compartir. Para vivir. Con tu salto sobre mi cama la vida continua y los problemas de los humanos se relativizan.
Cuando en ocasiones, me levanto de madrugada, te miro tumbado en el comedor y no estoy tranquilo hasta que te despiertas y vienes a mi lado.
Por eso digo que un buen despertar comienza con un buen salto. Eso sí, menos mal que duermo de lado.