Paseaba un hombre una noche bajo la lluvia. El agua caía suavemente, resbalando sobre su piel y empapando sus sentidos. El frío comenzaba a dejarse sentir. Una sensación de vacío le agujereaba el alma.
Un perro caminaba a su lado.
El perro le miraba girando los ojos sin levantar la cabeza y le seguía. Esos ojos tan familiares. La sensación de vacío iba desapareciendo. No estaba solo. Pensaba en el éxito que siempre había buscado. En el reconocimiento de los demás que nunca llegaba. En la búsqueda en su interior. En ese instante lo único cierto del mundo era que el perro le seguía.
Estaban calados y cansados y no sabían a donde iban. Al hombre se le desdibujaba de donde venían, pero comenzaba a sentirse mejor. Comenzaba a descubrir la alegría perfecta.