Esa mañana, llegó a la oficina con rostro de preocupación. No encontraba su móvil. Siempre lo llevaba en un apartado de su bolso, pero ahora por más que miraba no estaba allí. Sacó todas las cosas de su bolsa, depositándolas en la mesa de su puesto de trabajo, junto al teclado de su ordenador, hasta dejarlo vacío, pero nada. Repasó una y otra vez todos sus bolsillos sin ningún resultado. Estaba convencida de que como todas las mañanas, lo había echado al bolso. Ahora repasaba lo que había hecho desde la salida de su casa hasta su llegada a la oficina. Recordó que como todas las mañanas, no había cerrado la cremallera del bolso, porque a veces se atascaba. En este momento cobraba importancia al relacionarlo con un joven que en el trayecto del autobús, que como siempre a esa hora estaba a reventar, se le había pegado demasiado e incluso le pareció que le había sonreído haciéndola sentir incómoda. Sí, sin duda tenía un principal sospechoso y todo apuntaba a que le habían robado el móvil. Entonces llamó a su novio, para contarle lo sucedido. La sorpresa fue aún mayor, cuando su chico le contó que acababa de recibir una llamada desde su celular, pero que nadie le había contestado. Ya no cabía ninguna duda de que alguien le había robado el teléfono y encima lo estaba usando. Así que se apresuró a llamar a la compañía y dio todos los datos para dar de baja la tarjeta.
Vaya contratiempo pensaba. Pero incluso después de las gestiones realizadas, seguía sin estar tranquila. Si alguien había metido la mano en su bolso, podía haber visto su dirección, su documentación, algún papel,…No, así no podía concentrase en su trabajo. Salió de la oficina, volvió a coger el repleto autobús, esta vez con la cremallera del bolso cerrada y se fue como un rayo a su casa para comprobar que estaba todo en orden.
Abrió la puerta del rellano. Todo normal. Se fue directa al dormitorio y con sorpresa vio su móvil encima de la cama. Por unos instantes se asustó. No comprendía la llamada recibida por su churri. Con precaución mirando a su alrededor, se acercó al aparato. De repente sintió una bocanada de alivio, cuando descubrió que el teléfono había sido completamente mordisqueado hasta romperle la tapa frontal y fugazmente vio a su bulldog francés que la miraba desde la puerta de la habitación con cara de no haber roto nunca un plato.
Buenísimo su relato Desdichado. Lei un anterior, cuando el protagonista se cae frente a un perro amarrado y llega a casa tarde como un irresponsable, es buenísimo también. Me encantó eso de que la esposa diga te fuiste a poner ciego. Felicidades por tu manada.
ResponderEliminarAcá nosotros seguimos corriendo por los parques de México con una nueva miembro que se llama Gala, nuevas aventuras con tres hembras (y yo 4) independientes y un pequeño macho sentimental (Wally). Estoy escribiendo algo al respecto. Ya lo leeras. Abrazo a Rex, I wish he were here. Saludos primaverales.
=) jajaja qué geniales son
ResponderEliminarJa, ja! Una vez sonó mi móvil del trabajo pero no contestaba nadie, Sin embargo se oía algo, afiné el oido y pude escuchar jadeos; anoté el número llamante y resulto ser de uno de mis empleados. Antes de comenzar a asustarme, volvía poner el oido y eran jadeos masculinos y femeninos sin lugar a dudas finales de un orgasmo. Corté la comunicación y llamé al mismo número. '¿Me llamaste?', 'No, debió de ser el perro, sin querer, se lo pillé en la boca'
ResponderEliminarCuidado donde se deja el móvil, para aquellos que tenemos mascotas.
Un saludo,
TitoCarlos, ¿te imaginas qué siendo su jefe, en lugar de jadeos lo hubieras escuchado ponerte a caldo? No cabe duda que nuestras mascotas son muy dadas a jugar con los móviles y cuando no los destrozan nos pueden poner en un apuro.
ResponderEliminarComplacido de tenerte por aquí.