Nadie aprecia tanto lo especial que es tu conversación como lo hace tu perro. Christopher Morley.
sábado, 28 de junio de 2008
¿Nos esterilizamos?
En cierta ocasión un adiestrador de reconocido prestigio, me dijo que la esterilización tiene mala prensa porque atribuimos a los perros cualidades humanas. Total, me dijo, hay dueños que no cruzan a sus perros en toda su vida, ó a lo sumo una ó dos veces. ¿Vale la pena las molestias que ocasiona?
Las protectoras y las perreras, lo ven una práctica recomendable. Obligan a esterilizar para adoptar a un perro, cuando precisamente ese perro va atener un dueño teóricamente responsable. Lo ideal para esta gente debe ser esterilizar a la raza cánida, a excepción de los elegidos para pasar a la posteridad como sementales. Muerto el perro se acabó la rabia.
Acontinuación te leo una página de Tombuctú, del gran Paul Auster:
-Oye , Polly -dijo-, lo siento. Pero no es más que por su bien.
-No quiero hablar del tema -replicó ella-. Lo has decidido y se acabó. Ya sabes lo que pienso, así que no tiene sentido discutir.
-Pero no soy el primero al que se le ocurre eso -objetó Dick-. Es una práctica corriente.
-¿Ah?, ¿sí? ¿A que no te gustaría que te lo hicieran a tí?
Dick emitió un ruido a medio camino entre el gruñido y la carcajada.
-Vamos cariño, déjalo ya. Es un perro. Ni siquiera va a enterarse de nada.
-Por favor, Dick. No quiero hablar de ello.
- ¿Por qué no? Si te preocupa tanto...
-No. Delante de él, no. No es justo.
Dick volvió a reirse, pero esta vez fue como una especie de clamorosa estupefacción, una gran carcajada de incredulidad.
-¡No lo dirás en serio! -exclamó-. ¡Si no es más que un perro, Polly, por Dios!
-Piensa lo que quieras pero en el coche no voy a decir una palabra más sobre eso.
Y no lo hizo. Aunque ya habían dicho bastante como para que Míster Bones empezara a inquietarse, y cuando el coche se detuvo finalmente y vio que habían parado delante del edificio en que Polly y él habían estado el martes por la mañana, el mismo donde pasaba consulta un tal Walter A. Burnside, médico veterinario, supo que algo horrible estaba a punto de sucederle.
domingo, 22 de junio de 2008
A different walk
We belong to the city, my loyal soldier, Rex and me, are used to walk among high buildings and traffic lights; in Valencia.
Yesterday we took a different choice. We rediscovered the paradise, the paradise lost for citizens that had not the fortunne to live in the country.
There is a river, not a long river, but not short.
It is a river who sculptured a valley in the inland of Castellón, it is the River Palancia.
I heard voices, ones were lounder others not, these voices were the voices of irrigation channels, but as I went on I heard a voice lounder than the others, it was a fericious one, it was the voice of the River Palancia.
And watching that spectacle I thought how much time I had lost in the city, but fortunotely it still was not late.
El jardinero fiel
Sin que tenga nada que ver con el argumento de la famosa y recomendable película, sí que encuentro un parecido en cuanto al tema, en lo que corresponde a mi jardinero particular Rex. Un jardinero de afición con una fidelidad ejemplar.
Ya desde su más tierna infancia, Rex mostró interés por las plantas.
Al poco tiempo comenzó a realizar transplantes e injertos en el mundo vegetal.
Y eso sí, siempre con su carita de no haber roto nunca un plato.
martes, 10 de junio de 2008
El Parterre
El parterre es tan eterno. Aquel hombre mirando el banco cercano a la Estatua. Su madre ya no está. Nunca más estará. Los paseos están vacíos. Aquella pelota cubierta de barro entre las hojas. La Estatua le sonríe y le abre la puerta del tiempo. Ve al niño en el banco y se sienta junto a él. La melodía vuelve y le eleva y su garganta se llena de emoción y sus lágrimas condensan su alegría.
La madre del niño llega. No le gusta que su hijo hable con desconocidos. Le coge de la mano y se marchan. Ahora el hombre está sentado solo en el banco cercano a la Estatua. La puerta del tiempo se ha cerrado.
miércoles, 4 de junio de 2008
Los perros de la brigada ligera
Conozco desde niño la heróica gesta de la carga de la brigada ligera. Desde siempre simpatizo con las causas perdidas y con el honor. Pero la historia la escriben los hombres y hasta hoy nadie había contado que en la carga de caballería participaron dos perros llamados Jemmy y Boxer, que eran las mascotas de dos de los cinco regimientos.
Los húsares cargaron contra lo imposible por honor, y los perros los siguieron por lealtad. Mientras los mandos que ordenaron el ataque observaban el desastre producto de su incompetencia desde lo alto de una colina. Hay que joderse...
Insistir, a estas alturas, en que aprecio en general más a los perros que a los hombres es una obviedad que no remacharé demasiado. He dicho alguna vez que si la raza humana desapareciera de la faz de la tierra, ésta ganaría mucho en el cambio; mientras que sin perros sería un lugar más oscuro e insoportable. Cuestión de lealtad, supongo. Hay quien valora unas cosas y quien valora otras. Por mi parte, creo que la lealtad incondicional, a prueba de todo, es una de las pocas cosas que no pueden comprarse con retórica ni dinero. Tal vez por eso, la lealtad, en hombres o en animales, siempre me humedece un poquito las gafas de sol.
Todo esto viene a cuento porque acabo de darle un repaso a El Valle de la Muerte, un ensayo de Terry Brighton sobre la carga de la Brigada Ligera durante la guerra de Crimea. Aquello, más conocido por la carga entre los que están en el ajo, es asunto que algunos frikis de la materia –los periodistas Jacinto Antón y Willy Altares, mi compadre Javier Marías, yo mismo y algún otro– cultivamos, desde hace muchísimos años, como materia de reflexión y tertulia, sobre todo a la hora de comparar la leal actuación de los lanceros, dragones y húsares ingleses aquel 25 de octubre de 1854, dejándose el pellejo bajo la artillería rusa, con la criminal incompetencia de los mandos británicos que ordenaron el ataque, notorio entre las grandes imbecilidades militares de la Historia.
La historia es conocida: cinco regimientos de caballería británicos cargaron de frente contra una batería rusa, a través de un valle de kilómetro y medio de largo, batido a la ida y a la vuelta por fusileros y artillería. De seiscientos sesenta y seis hombres volvieron a sus líneas heridos o ilesos, muchos a pie y todos bajo fuego enemigo, trescientos noventa y cinco. Hasta la suerte de sus caballos se conoce: de los pobres animales que montaron los ingleses, galopando entre el estallido de las granadas o sueltos luego por el valle enloquecidos y sin jinete, murieron trescientos setenta y cinco. Ni siquiera los famosos versos de Tennyson, que varias generaciones de escolares aprendieron de memoria –«Media legua, media legua / media legua más allá...»–, pueden embellecer el asunto. Fue una carnicería en el más exacto sentido de la palabra.
Pero de lo que quiero hablar hoy es de perros. Porque lo que pocos saben es que, ese día, dos perros cargaron también contra los cañones rusos. Se llamaban Jemmy y Boxer, y eran, respectivamente, las mascotas del 11o y del 8o regimientos de húsares. Los dos canes habían acompañado a sus amos desde sus cuarteles de Inglaterra, y estaban en el campamento británico cuando se ordenó a la Brigada Ligera formar para la carga. Así que, como tantas otras veces en desfiles y maniobras, los dos fieles animales acudieron a colocarse junto a las patas de los caballos de los oficiales, dispuestos a marchar al mismo paso, sin obedecer las voces de los soldados que les ordenaban apartarse de allí. Después sonó la corneta, empezó la marcha al paso, luego al trote, y cuando, bajo intenso fuego de artillería, se pasó al galope y sonó el toque de carga, con las granadas reventando, hombres cayendo por todas partes, estruendo de bombazos y caballos destripados o sin jinete, Jemmy y Boxer siguieron corriendo imperturbables, junto a sus amos, en línea recta hacia los cañones rusos.