domingo, 16 de diciembre de 2007

Serenidad



Ramón entró en el restaurante con la impaciencia de quien lleva tiempo esperando este momento. No sentía nada de apetito. Su estómago estaba cerrado y tenía que controlar las arcadas. La razón estaba de su parte y el día había llegado. Quedaba atrás la planificación, la puesta en escena, que le permitiera proponer las modificaciones al Proyecto. Don Arturo, su jefe, era un perfeccionista y exigía esa perfección a todo lo que le rodeaba. Y en ese todo estaba incluido Ramón. Recordaba cuando Don Arturo le encargó la ejecución del Proyecto. Que día tan azul y luminoso. Su pecho se hinchaba de orgullo, mientras todos sus compañeros lo miraban con envidia. Pero los malditos imprevistos llegaron incluso antes de comenzar, mientras se probaba el nuevo traje de jefe de Proyectos.
-¿Disculpe señor, tiene mesa reservada?- le dijo el maître. Ramón tardó en responder.
-Sí, disculpe, tengo una mesa para cuatro, reservada a nombre de…
-Ramón García- se adelanto el maître.- Es la única mesa reservada para cuatro y por las veces que ha llamado comprobando que estuviera todo correcto, le he reconocido la voz.
Ramón sabía que era un brasa, pero no le pareció correcta la observación.
El maître le acercó a la mesa y le invitó a tomar asiento. En ese mismo instante Ernestina entraba en el Restaurante. Conforme se acercaba, Ramón se recreó en sus movimientos de cadera y en el levísimo balanceo de sus pechos. Se calmó al pensar que siempre le quedaría Ernestina, que esa misma noche podría disfrutar de su cuerpo pasara lo que pasara en la comida.
-Gracias por venir- le dijo Ramón con voz aterciopelada.
-No me perdería esta comida por nada del mundo- contestó ella con picardía.
Ramón se molestó por un instante. Aún no conocía al nuevo adjunto de Don Arturo, pero ya le habían llegado noticias del éxito que tenía con las mujeres. Por eso había dudado en llamar a Ernestina, pero ahora, viéndola sonreír con su rostro relajado, se convenció que había sido un acierto incluirla en la reunión. Ernestina hacía subir muchos puntos al hombre que tuviera a su lado. Además aportaba ese toque fresco y juvenil, sin olvidar la forma en que la miraba Don Arturo.
Ramón se fue al baño. Trató de mear, pero no soltó ni gota. Entró en el cagadero, pero tampoco pudo aliviarse. Al salir del aseo, descubrió que los invitados estaban sentados en la mesa, riendo de forma exagerada.
-Don Arturo, disculpe- atisbó a decir Ramón, al tiempo que le tendía la mano todavía húmeda del lavabo.
-No se preocupe. Con Ernestina no le hemos echado en falta.
Su mirada se fijó en el cuarto personaje. Se trataba de un extranjero que respondía perfectamente al estándar de nórdico.
-Por cierto, es el momento de las presentaciones- dijo Don Arturo. –Ramón, te presento a Larson, el nuevo adjunto a la gerencia de la compañía, es decir, mi brazo derecho a partir de ahora.
Larson sonrió y le tendió la mano a Ramón, pero sin responder verbalmente al saludo.
-No habla una palabra de castellano- le justificó Don Arturo – Hasta que se suelte con el idioma, Ernestina trabajará para él.
La mesa estaba servida, con variedad de platos, que a Ramón le parecieron relacionados con Larson. Veía albóndigas de bacalao, arenques a la crema, buñuelos de anchoa, ensalada de ahumados, salmón marinado y algunos más que estaba tratando de reconocer. La cara de Ramón no podía disimular su estupefacción. No era nada de lo que él había encargado.
-Le pedí a Ernestina que se asegurara de que el menú fuera del gusto de Larson- dijo Don Arturo. Ella agachó la cabeza, pero la levantó al instante como aceptando un desafío.
-Pero Ernestina…- comenzó a decir Ramón al tiempo que buscaba su mirada. -¿Cómo no me dijiste nada?- acertó a decir.
-Porque Ernestina sabe adaptarse a los cambios –respondió Don Arturo- Sabe improvisar, jugar con los imprevistos. Cosa de la que tú, Ramón, andas muy corto.
-Pero Don Arturo, las condiciones iniciales del proyecto, no eran las previstas. Se necesitó un tiempo de reacción y los costes indirectos se incrementaron.- dijo Ramón mientras Larson le hincaba el diente al salmón – No obstante quería aprovechar la comida para comentarle una serie de cambios de calidades tendentes a poder mantener el Presupuesto inicialmente previsto.
-Sí, Ramón, ya sé. Ernestina me ha mantenido puntualmente informado de todas tus meteduras de gamba. Sinceramente, creo que lo tuyo Ramón, es la pastelería. Empiezas a amasar y ya no puedes quitarte la masa de las manos. Todo lo pringas.
Ramón sentía que le faltaba aire. Era incapaz de responder. No podía articular palabras inteligibles. Por su mente pasaba el cuerpo desnudo de Ernestina, (cuerpo que él ya no volvería a ver), en los brazos fornidos del Sueco ó Finlandés de la sonrisa hueca. La lealtad destrozada. Bragas de traición. Como pudo se levantó de la mesa y volvió al aseo. Se cerró dentro de una de las cabinas y se sentó en la taza. Trató de seguir respirando. Se asfixiaba.
Cuando despertó todo estaba oscuro. Tan solo veía la tenue iluminación de las luces de emergencia. Tardó unos minutos en ordenar los últimos acontecimientos y recordar donde estaba. Pensó que todo había sido un mal sueño, pero no. Estaba dentro del restaurante con las puertas cerradas. Nadie se había acordado de él. Se sentó en la barra y se miró frente al espejo. Su cara era un rictus, su boca estaba torcida, sus ojos sin expresión, su color amarillo. Se sirvió un güisqui con hielo y se encendió un puro. En ese instante descubrió que podía respirar hondamente, sin limitaciones. Ya no tenía nada que perder, ni siquiera la vida. Se puso en pie, abrió la puerta de la salida de emergencia, y salió a la calle mientras sonaba la alarma y destellaban las luces de emergencia.

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