jueves, 29 de enero de 2009

Sobre la humanidad de los humanos

Paseando con Rex en una Gran Vía cualquiera de una ciudad cualquiera, nos detuvimos en un semáforo. La policía daba paso a los vehículos de ambas direcciones impidiéndonos cruzar, para desatascar un gran embotellamiento de tráfico. El motivo de esta situación se observaba en la calzada de enfrente. El cadáver de un hombre yacía cubierto por una sábana. Cercano a él se observaba el autobús. Era evidente que el peatón había sido arrollado y por el estado del cuerpo con su pierna girada sobresaliendo bajo la sábana, el impacto debió ser brutal. La gente comenzaba a aglomerarse en el cruce algunos con curiosidad y otros con impaciencia. Rex se sentó con su cuerpo tocando mi pierna. La señora que estaba a nuestro lado comenzó a protestar en voz alta. -No hay derecho a que nos tengan aquí parados, esto es un desastre- gritaba la señora. Yo no suelo entrar al trapo, pero la situación me pareció tan kafkiana que le contesté. -¿Pero no ve que hay un cadáver?- a lo que ella, con cara de indignación dijo -Sí, pero está al otro lado. No dije más, no merecía la pena. Cercana a nosotros, estaba una joven veinte añera que decía en voz alta como para sí misma -¡Qué horror! ¡Es horrible! Yo que siempre cruzo sin semáforo por aquí. Esto es una señal del destino para que ya no vuelva a hacerlo. No cruzaré mal nunca más.- Me quedé estupefacto. Osea que para esta jovencita el autobús ha reventado a un señor, para avisarla de que no cruce por ahí. Miré a Rex. Estaba sentado con solemnidad. Yo creo que olía la tragedia de la muerte inesperada de aquel transeúnte anónimo. Mirando a la muchedumbre cada vez más agolpada y curiosa, no dudé en que Rex era el más humano de todos ellos. Al fin nos dieron paso y empezamos a alejarnos de la muerte. Gran parte de la mal llamada humanidad se quedó contemplando como la policía levantaba el atestado.

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