lunes, 7 de abril de 2014

La belleza surge en la quietud de tu presencia

Lo que usted acaba de describir es algo que experimento ocasionalmente durante breves momentos cuando estoy solo y rodeado por la naturaleza.
Sí. Los maestros del Zen utilizan la palabra satori para describir un relámpago de comprensión, un momento de no-mente y de presencia total. Aunque el satori no es una transformación duradera, siéntase agradecido cuando llegue, porque le da a probar la iluminación. De hecho usted puede haberlo experimentado muchas veces sin saber qué es y sin darse cuenta de su importancia. Se necesita presencia para ser consciente de la belleza, la majestad, la sacralidad de la naturaleza. ¿Alguna vez ha contemplado la infinitud del espacio en una noche clara, sobrecogido por su absoluta quietud y su vastedad inconcebible? ¿Alguna vez ha escuchado, escuchado verdaderamente, el sonido de una quebrada en el bosque? ¿O el canto de un mirlo en un tranquilo atardecer de verano? Para ser consciente de tales cosas, la mente debe estar quieta. Usted tiene que dejar por un momento su equipaje personal de problemas, de pasado y de futuro, así como todo su conocimiento; de lo contrario, usted verá sin ver, oirá sin oír. Se requiere su total presencia. Más allá de la belleza de las formas externas, hay algo más ahí: algo innombrable, algo inefable, una esencia profunda, interior, santa. Siempre y dondequiera que haya belleza, esta esencia interior resplandece de alguna manera. Sólo se le revela cuando usted está presente ¿Podría ser que esa esencia innombrable y su presencia fueran una y la misma cosa? ¿Podría estar allá sin su presencia? Profundice en ello. Descúbralo por su cuenta.
EL PODER DEL AHORA
Eckhart Tolle

Hay atardeceres que cuestan volver a encontrar. Crees que será fácil, pero poco a poco te das cuenta que no. Es tan difícil estar en el lugar adecuado en el momento adecuado. Además el atardecer depende de las circunstancias en las que te encuentres cuando se produce para que puedas considerarlo irrepetible, como en el caso del atardecer de un día de Agosto en el Castillo de Almonacid en nuestra querida Sierra de Espadán, donde Rex y yo pasamos nuestros mejores momentos juntos. Mañana Rex cumple siete años. Ya no es el cachorro que no paraba de trastear. Sigue siendo igual de juguetón, pero es mucho más pensativo. Quizá piense también en el atardecer, en el paso del tiempo, en su vida entre humanos casi siempre lejos de la naturaleza en la que tanto disfruta. Quizá reflexione sobre el por qué se cansa antes y su caminar por los senderos ya no es tan firme, pero sabe que mi paso siempre se adaptará al suyo mientras sigamos vivos, disfrutando de nuevos atardeceres, algunos de los cuales serán irrepetibles.

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